sábado, 7 de mayo de 2011

¡Rómpete una pierna!


Creo en mi suerte, indistintamente de que sea buena o mala; sobre todo cuando se presenta en forma de milagro. Por eso juego lotería, consulto los horóscopos y escribo poemas de amor. Soy egoísta, lo sé, ansío la gloria del centro delantero que levanta los brazos en señal de triunfo y se lleva el balón a casa si consigue anotar un gol. Como si tanta soberbia no fuese suficiente, amo mi vanidad  de escritor frustrado, que es como el cabello largo de un rockero que sube a su Harley desvencijada, se coloca sus gafas de fondo de botella  y acaricia el suave empeine de su pata de conejo. Nunca pienso en el paso del tiempo, pues sé que cada latido puede ser el último, y por ello mismo no escatimo esfuerzos para conquistar victorias mediocres como hacer un hoyo en uno en el golfito, vencer al tipo rudo en una pelea callejera de playstation, o arrebatarle en sueños un beso a Megan Fox; todo lo cual no sería posible si no interviniese mi querida amiga. Esa gozosa incertidumbre es lo que me hace vivir en estado de transición entre la nostalgia déjà vu y el suicidio posfechado por causa de fuerza mayor; y sostenerme en la cuerda de equilibrio que divide a la razón de la demencia no es cosa mía, sino cuestión de suerte. 

Un martes 13. La última vez que decidí abandonar mi suerte a su suerte, en venganza convirtió en millonarios a muchos, le dio ascensos inmerecidos a otros, e hizo tropezar a Megan Fox con un don nadie, y ese don nadie no era yo. Desde entonces le sonrío por las mañanas, le escribo recaditos en el celular y le invito un café que ella declina amablemente. Si nuestro amor no se consuma es porque nuestros horarios no coinciden; pero a final de cuentas ella es mi suerte, y yo soy el campo experimental de su azar exquisito. Sin su afortunada amistad con Eros no habría conocido a cierta mujer cuyo esplendor quebró mi vuelo hacia la santidad, y definitivamente no hubiese disfrutado de otras mieles que hoy me son inconfesables. Mi suerte es un as bajo la manga que arruina o salva el juego de mi vida; su voluntad por inmiscuirse en mis asuntos la ha llevado a joder amistades y hacerme de enemigos. ¿O es al revés? No lo sé; pero quisiera recompensarla por lo que ella ha hecho por mí; me gustaría que ella también gritara de alegría ante una buena nueva, o que soltara en rabioso llanto al saber que la realidad no era ese altar sagrado donde la ilusión oficiaba sus milagros. Que se divorcie, viaje en autobús urbano, se rompa una pierna en su primera función de teatro, gane una demanda laboral o reciba una herencia millonaria. Quizá y eso la humanice aún más, y le permita ser un poco más benévola conmigo. No digo que haciéndome ganar el Premio Nobel de Literatura o trepando a Megan Fox a mi ruidosa Harley de escritor frustrado, sino simplemente, generosamente, dándome una segunda oportunidad cada vez que pierda Constitucional, circunstancial o consecuente, a esa doncella caprichosa le confío todos mis lances, desde la envoltura del paquete que contiene mis frágiles versitos, hasta la posibilidad de convertirme en superhéroe. Sin mi suerte no me pidas que compre un boleto de avión, ni me hagas cruzar por debajo de una escalera, ni me regales un gato negro.


Octavio César M. G.

2 comentarios:

  1. La publicación me gusto mucho ya que no es lo que comunmente estamos acostumbrados a leer, te hace sumergirte entre sus letras involuntariamente... muy buena publicación

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  2. Muy buen texto, sin embargo me gustaria que escribieran algo ustedes y no solo copiaran textos que se encuentran; por ejemplo podrian poner un comentario sobre este texto y alguna reflexion sobre la educación

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